Decidido
a hacerse entender por su hija, tomó un trozo de carbón y trazó el perfil de un
animal. Ella, con apenas vocabulario inteligible, mostró una amplia sonrisa por
el dibujo y por comprender al fin, la actividad que su padre había realizado
aquel día.
Ambos,
con pigmentos y otros mejunjes de color rojizo, pintaron con sus propias manos,
el cuerpo de aquel peligroso animal.
Alertada
la madre por las risas y viendo el desaguisado en la pared, les conminó a
limpiar la estancia.
El
padre le aseguró que a la niña le gustaba ese bisonte que entre ambos habían
pintado y no haría falta borrar el dibujo, pues se desvanecería solo en unos
quince días.
Quince
mil años después, dentro de esa gruta paleolítica, ante la pintura de un
bisonte rojizo, un padre narraba a su hijo esa historia, muy probablemente
improvisada para la ocasión y prometiéndole que cuando regresaran a casa, le
pintaría en su pizarra digital, unos bonitos mamuts y otros animales
prehistóricos.
El
niño, ilusionado, le habló al oído a su padre.
-De
acuerdo, también te pintaré a Peppa Pig-
dijo el padre con fingida desesperación.
IsidroMoreno
(Relato seleccionado y publicado por “Palabras en Flor” en su
“II Certamen de relato Tema Libre.” Octubre-2016)
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