jueves, 24 de octubre de 2019

VACACIONES EN EL MAR

Resultado de imagen de Imágenes de tormenta en el mar


    Aquello no era un yate. Al entrar, noté un olor pestilente, pero, claro, teníamos allí a todos nuestros animales que, al parecer, nos acompañarían en nuestras vacaciones. Para mi sorpresa, también me esperaban mis tres hijos con sus esposas y mis nietos.
   Mientras me mostraban las enormes cubiertas y dependencias, me seguía peguntando por qué el empeño de llevarme a aquel horrible barco varado en tierra junto a un riachuelo.
    Mi cólera se paralizó cuando, ante el portón de entrada, vi una pareja de leones, seguido por otra de elefantes. Quise salir por una escotilla lateral pero, al asomarme, enmudecí observando una interminable cola de animales que se dirigían hasta nuestro barco. Me escondí bajo una litera.
   Pasados no sé cuántos días, como no cesaba de llover y no se divisaba tierra firme, salí de mi escondite y agradecí a Noé, mi esposo, su genial idea de construir el Arca. 

Y AMARILLO A LA GENISTA

Resultado de imagen de iMÁGENES DE MAR Y LA COSTA BRAVA


Escondido tras las cañas, el amante en su duermevela no concibe la vida sin ella. Junto al mar, bajo el mismo sol que iluminó sus rostros y su amor, hoy mezcla celos y azul cielo, con pasión, huida, navaja y rojo sangre.
Ella ya solo dará verde a los pinos.

IsidroMoreno

(Texto de 50 palabras. Basado en «Mediterráneo» de J.M. Serrat)
Obra seleccionada en "V Concurso literario de microrrelatos El Muro del Escritor" y publicada en la antología «Otoño en el Muro», Octubre-2019


jueves, 19 de septiembre de 2019

UNA NOCHE



    La noche cubría la calle tomada por hordas de gentes que, con antorchas en mano, corrían gritando consignas apenas inteligibles, clamando a voces o buscando a familiares. El caos era inquietante por lo que decidí abandonar la ventana y salir.
    Apenas había pisado mi calle, cuando fui amarrado por unos hombres armados que me empujaban, me golpeaban y como en andas, me llevaban no sabía dónde.
  Las primeras noches de mayo, aún eran frescas y yo había salido de casa en camisa.Tiritaba de frío y de miedo.
   Eran sublevados que corrían huyendo de las tropas enemigas y éstas me habrían tomado por uno más. Quizás entre los ocres colores de los parroquianos, mi inmaculada camisa blanca y mis pantalones color pastel, fueran centro de diana en mitad de la noche.
    Me vi formando una fila de desafortunados seres que entre sollozos, me transmitieron mi cruel destino del que de forma irremediable, ya sólo me separaban unos metros. Sin embargo, no quise derrumbarme e intenté desenterrar mis últimos vestigios de dignidad.
   A mi izquierda, veía mi pasado: la fila que hasta aquí me había arrastrado, compuesta por desolados parroquianos y que se perdía en la oscuridad de la noche primaveral bajo un murmullo de lamentos.
    A mi derecha, mi futuro: los cuerpos de varios hombres yacían inertes sobre regueros de sangre.
    El panorama era desolador. Yo, con impoluta y nívea blusa, ante un farol que iluminaba la escena, mi cuerpo y mi alma, grité y levanté enérgicamente mis brazos al cielo, ofreciendo mi rabia ante el cobarde pelotón de fusilamiento que, apuntando con sus fusiles, a la vez, cubrían unos rostros anónimos de hombres exhortados mediante órdenes en francés.
    De pronto oí una voz que, en tono jovial, me llamaba…
¡Eh tú, madrileño de la camisa blanca, ven aquí!   ¿Pero qué haces ahí muchacho?— me decía mientras se acercaba a mí.
¡Era Paco! Sí… Francisco de Goya, que pincel en mano y tras un caballete, me había reconocido. ¡A mí!
En ese mismo momento una susurrante voz me decía:
—Señor, ya es la hora de cerrar—. Era una vigilante del Museo del Prado que asiéndome por el brazo, me acompañó amablemente hasta la salida.

*** 

IsidroMoreno



(Premio como 2º finalista del Certamen Literario de Letras con Arte. Publicado en antología:  "Aquella Noche". Sept-2019)
(Obra publicada en «Relatos para ratos» de Isidro Moreno Carrascosa. Editorial Letrame. Agosto 2017)


Resultado de imagen de imágenes del cuadro fusilamientos del 3 de mayo

domingo, 2 de junio de 2019

EL REY LEAL


Resultado de imagen de pinturas de castillos medievales



Ya hace mucho tiempo, en un pequeño y lejano país, vivió un rey honrado y amante incondicional de su pueblo.
Sus gentes lo respetaban y en su fuero interno lo amaban, pues eran conocedores de su bondad y lealtad, sin embargo, una parte de aquella gente de ese pequeño feudo, no deseaban tener rey ni ser súbditos de nadie y en su afán de distinción y modernidad, imitaban conductas e ideas de países vecinos en los que, a menudo, se promovían revueltas populares contra sus gobernantes y monarcas.
El leal rey conocía el sentimiento antimonárquico de su pueblo y para evitar futuras discordias y su enquistado problema, urdió en solitario un plan de actuación.
Se anunció con trompetas, platillos y tambores que, el rey daría una gran fiesta para todos en su castillo y con banquete incluido.
Llegado el día del evento, gentes de todos los rincones del reino acudieron al convite y gran fiesta del monarca en el castillo real.
En el centro del atrio y sobre un escenario entarimado, se erguía una estructura que soportaba un gran pendón con emblemas del pequeño reino. 
Apareció el rey en escena y tras pedir silencio, mientras se despojaba de su corona y del manto de armiño, dirigió un corto pero emotivo discurso a su amado pueblo. A continuación, entre aplausos, silbidos y gran expectación, se dirigió a la estructura vertical se arrodilló tras ella, inclinó su cabeza hacia adelante, tiró del extremo de una soga y una pesada cuchilla de hierro, oculta tras el pendón, cayó para cortar el cuello y seccionar el cuerpo del monarca.
Colorín colorado que este cuento no acabó con ese inaudito espectáculo. Se sabe que se comieron las perdices, que la felicidad la siguieron buscando el resto de sus días y que luego llegaron nuevos tiempos, otros monarcas, varias guerras, otras gentes, nuevas modas, revoluciones populares, rodaron cabezas y cuentan que un tal Monsieur Joseph Guillotin, quizás en recuerdo de un antiguo y leal rey, propuso la decapitación ennoblecida con aquel artefacto al que cedería su apellido por los siglos de los siglos, amenizando las más calenturientas mentes y dejando claro que la sangre es roja para todos, pues la azul solo existe en otros cuentos de origen chino y que en otra ocasión les narraré.


IsidroMoreno

(Relato publicado en revista digital: «EL CALLEJÓN DE LAS ONCE ESQUINAS» Zaragoza, junio-2019)

sábado, 1 de junio de 2019

HORAS DE VUELO

Resultado de imagen de imágenes de la vuelta al mundo


HORAS DE VUELO
Regresaba con la carga y volando entre nubes buscaba espacio libre para el aterrizaje.
Hábilmente tomó tierra y, una vez más, se dirigió al departamento de devoluciones. Allí, en la guardería, depositó otro bebé al que tampoco había conseguido encontrarle un lugar dichoso ni los padres adecuados a lo largo de su periplo por el mundo durante ochenta y un días.
La afligida cigüeña fue inhabilitada por bajo rendimiento y por exceder, en un día, el tiempo legal de vuelo.

IsidroMoreno


(Relato seleccionao en «MARATÓN de MICRORRELATOS» Feria de Sevilla 2019 "LA VUELTA AL MUNDO EN 80 PALABRAS")

jueves, 30 de mayo de 2019

EL LECTOR

Resultado de imagen de imagenes de bibliotecas



Cuando lo conocí, además de narrarme con entusiasmo su pasión por la lectura, me invitó a su casa para mostrarme la biblioteca.

En aquellos fríos días de enero, Edu disfrutaba de la lectura de clásicos de capa y espada. Era fácil deducirlo pues la estancia se encontraba atestada de floretes, sables, sombreros de ala ancha, sombreros con plumones erectos, capas negras, pardas, dagas oxidadas, corpiños de la época y un sufrido maniquí desnudo, de tela de saco al que le brotaban cientos de pajas por los innumerables agujeros que, como cicatrices de mil reyertas, le colmaban el torso.
En su fogosidad representativa, el joven lector, tomando un florete de brillante cazoleta y el libro en la otra, comenzó a leer e interpretar un acalorado diálogo entre dos rivales enamorados de una misma dama. Su mucho entusiasmo me lo contagió hasta el punto de tomarme la libertad de empuñar una de los sables, coger un sofisticado sombrero con pluma de pavo real, o eso creo, y una capa que plegada sobre mi brazo izquierdo me serviría de exiguo escudo.
A su voz de, ¡en guardia!, los aceros de nuestras armas se chocaron con ímpetu. Tuve que esquivar el libro que me lanzó a la cabeza porque ya le sobraban los diálogos escritos, ahora eran interjecciones improvisadas que junto al agudo chasquido de la hoja y el grave sonido con eco incorporado de las cazoletas, imprimían una veraz banda sonora.
Pronto, entre el sudor, insultos como, bribón, granuja, malandrín y otros improperios de la época, nos hicieron caer exhaustos y aprovechando un descuido en su caída, le acerqué la punta de mi arma oprimiendo su piel bajo la barbilla.
Durante unos segundos, ambos nos quedamos inmóviles, especialmente Eduardo, temeroso de que cualquier movimiento de cuello le produjese más presión a aquella punta oxidada del sable.
Mirándome con ojos de terror me dijo, ¡no tienes huevos! Y los dos nos desencajamos riendo estrepitosamente.
**
La lectura le resultaba vital para su existencia diaria, como si de un complemento vitamínico se tratara. Además, era verdadero fetichismo el que sentía por los libros y cuanto a estos les podía rodear.
Cada inicio de una nueva lectura, examinaba el libro con la destreza de un editor profesional, comprobando costuras, flexibilidad, pastas, encolado, tacto del papel, tipografía… y todo en unos segundos. A pesar de su juventud, atesoraba una grandiosa biblioteca de no se sabía cuántos volúmenes.
Como banal rito, junto al libro seleccionado para su lectura, portaba un estuche de fino cuero en el que guardaba, escrupulosamente ordenados, varios marcapáginas de distinto tamaños y formas, así como un blíster de etiquetas autoadhesivas de surtidos colores, pequeña regla y, por supuesto, más de una docena de útiles para la escritura como plumas estilográficas, lápices, lapiceros, rollers, bolígrafos, esferógrafos de lujo, subrayadores, gomas de borrar y otros. Cada libro leído conservaba mil y una marcas de Eduardo que, como Atila, dejaba huella por donde sus ojos leían. A veces eran palabras subrayadas, anotaciones en los márgenes, dibujos, notas adhesivas de colores que sobresalían como banderillas… en fin, que el libro adquiría aspecto de domado y doblegado a las formas y costumbres de su dueño.
***
Pasaron unos meses hasta mi siguiente visita en la que me mostró sus últimas lecturas y adquisiciones de material de atrezzo para mejores vivencias. En aquella ocasión leía sobre «hazañas bélicas» ambientadas en la II Guerra Mundial.
Su habitación de lectura, junto a la biblioteca, estaba plagada esta vez de material de guerra, siendo objetos originales en unos casos, y réplicas en otros; así me mostró el mecanismo de un subfusil MP40, diversas pistolas de los nazis y otras del ejército ruso, cascos de soldados, algún uniforme con su gorra de plato luciendo las estrellas de graduación y otras prendas de ropa y objetos referidos a aquella contienda mundial.
Me llamó especial atención un enorme plano de una parte de Europa, desplegado sobre dos mesas y en el que estaban dibujadas las cuadrículas, a propósito irregulares, de un doble tablero octogonal de ajedrez. Las fichas eran soldaditos de plomo, tanques, piezas de artillería, de caballería, camiones de intendencia, vehículos de sanidad, torres y algunos edificios emblemáticos de la vieja Europa. Con semejante arsenal de piezas e iconos, nos enfrascamos en una partida de juego, mixtura entre ajedrez Seirawan y las damas chinas y que, en ese caso, enfrentaba al ejército alemán contra los aliados. ¡Un desastre! Los Panzer alemanes me habían demolido el frente de infantería en las costas normandas y, finalmente, perdí la partida al tener que rendirme cuando me comió la Torre Eiffel y mi Nôtre Dame entraba en jaque.
Tras algunas representaciones de batallas y una amistosa charla, nos despedimos emplazándome a una próxima reunión pasadas dos semanas, sin aportarme más información, pues pretendía darme una sorpresa.
A pesar de nuestra incipiente amistad, aprecié que se trataba de un individuo con un elevadísimo coeficiente intelectual en casi todas sus variantes a excepción de la inteligencia emocional, pues capté ciertas carencias en las relaciones interpersonales e incluso consigo mismo. Quizás ocultase un oscuro propósito o, al menos, eso me parecía en algunos momentos. Por razones que aún desconozco, y que a veces me preocupan, debí ser su elegido desde que el pasado verano, nos conociéramos en la Universidad en unos cursillos y ponencias sobre, “Tiempo, Espacio y Relatividad”
****
Llegado el día previsto que, a decir verdad, lo esperaba con gran expectación, me dirigí a su casa aportando una caja de bombones Godiva Gold Ballotin como detalle de digno visitante. Me sorprendió que la verja del parterre y puertas de entrada estuviesen entornadas. Llegado a la biblioteca, y a pesar de llamarlo en voz alta, no respondió nadie.
En una mesa de velador, había unos botes de Coca Cola, dos vasos casi vacíos y en el centro de la estancia estaba instalado un extraño artefacto decimonónico que me recordó la famosa máquina del tiempo de H. G. Wells aunque algo más modernizada por la inclusión de luces psicodélicas además de otros componentes electrónicos propios de esos años setenta. 
Salí preocupado de la biblioteca debido a la ausencia de mi amigo, aunque también me inquietaba la clase de compañía que deduje ante tan obvios vestigios.
Antes de alcanzar la calle, a un lado de la cancela del amplio jardín y arrinconado entre la vegetación, observé un sucio cilindro metálico del tamaño de una persona y que antes no estaba allí o, quizás, había pasado inadvertido a mi vista. Tras introducirme en su interior, no sin cierto recelo, manipulé una de las oxidadas palancas. Deduje que se trataría de la imitación de una cápsula del tiempo adquirida en alguna feria y que se asemejaba a ciertos artefactos similares de ficción muy prodigados en viejas películas de obsoleta calidad científica.  Al salir de la cápsula oí el crujir de unas hojas del suelo, pero solo había sombras de la vegetación asilvestrada.
*****
Cerré tras de mí la cancela del jardín. Ya en la calle percibí un repentino frío, impropio del mes de julio en la llanura castellana, así como la luz, pues mi reloj marcaba las siete de la tarde y sin embargo ya era noche cerrada.
Además de mi aturdimiento y del aire gélido que castigaba mi cuerpo ataviado con unas simples bermudas modelo Nisu y un polo marca Acme, de pronto me invadió un remordimiento de conciencia por la desaparición de mi amigo Edu, y consideré que, al menos, le debería dejar una nota de mi visita y contarle la extraña sensación que estaba sufriendo por aquel repentino e inexplicable cambio de temperatura y luz solar. También le tomaría prestado alguna prenda de abrigo y le dejaría los carísimos bombones —como recompensa— para cuando regresara. O regresaran.
Pero claro, la puerta de entrada al jardín yo mismo la había cerrado momento antes. Sin embargo, sí que ahora se veían luces encendidas en la casa, por lo que de forma intuitiva y absurda, pues no había nadie en la casa, pulsé el timbre de la cerradura eléctrica. Antes de auto insultarme, la puerta se abrió, para sorpresa mía.
Me dirigí hacia el interior de la vivienda. Al entrar en la biblioteca me recibió Edu que, en aquellos fríos días de enero disfrutaba de la lectura de clásicos de capa y espada. Era fácil deducirlo pues la estancia se encontraba atestada de floretes, sables, sombreros de ala ancha, sombreros con plumones erectos, capas negras, pardas, dagas oxidadas, corpiños de la época y un sufrido maniquí desnudo al que le brotaban cientos de pajas por los innumerables agujeros que, como cicatrices de mil reyertas, le colmaban el torso.
De nuevo sentí la curiosa sensación que teníamos pendiente de estudio Eduardo y yo: Estaba claro mi déjà vécu. ¿Quizás fuese aquella la sorpresa que me guardaba?
Necesitaba salir del bucle temporal, averiguar la misteriosa compañía de Eduardo y el motivo de su enigmática ausencia.
En esto pensaba cuando sobre una de las mesas, vi un trozo de envoltura de la tableta de chocolate Godiva, el mismo que llevaba en mi bolsa, sin desprecintar y que aún no le había entregado a Eduardo. Esta marca es una delicatesen que raramente se comercializa por estas tierras por lo que me extrañó sobremanera. Creo que Eduardo, ensimismado en su febril lectura, era ajeno a mis dudas y a cuanto acababa de acontecer.
En su fogosidad representativa, el joven lector, tomando un florete de brillante cazoleta y el libro en la otra, comenzó a leer e interpretar un acalorado diálogo entre dos rivales enamorados de una misma dama.

Continuará.


IsidroMoreno


(Relato publicado en libro antología: "A la sombra del maestro 21 escritores se pavonean" en homenaje a Francisco García Pavón, por el centenario de su nacimiento. Editado por Casa Ruiz Morote. Ciudad real. Mayo 2019)

martes, 28 de mayo de 2019

EN EL FRAGOR DE LA LUCHA

Resultado de imagen de Imágenes de pensionistas ante la policía


—No debéis prohibirnos la entrada, por favor suéltame o lo lamentarás. Todos nos jugamos mucho. No nos impediréis a los pensionistas que entremos al Congreso, por muchos policías que seáis.
—¡Por lo que más quieras!, me vas a obligar a arrestarte, deja de hacer tonterías, papá, y devuélveme la porra.

IsidroMoreno
(Madrid, septiembre 2018. Texto de 50 palabras)
Relato seleccionado y publicado por editorial "Letras como espadas" en antología "Al calor de la risa". Diciembre-2018

jueves, 24 de enero de 2019

ATARDECERES EN EL LAGO


Resultado de imagen de Imágenes con los pies al borde del embarcadero



Cada tarde, sentada al borde del embarcadero, con los pies colgando, veo ponerse el sol tras la montaña. Los reflejos sobre el agua del lago, el color del crepúsculo y la melancolía que me inunda, hacen que cada tarde, ante tan insinuante pose de suicida atormentada, se me acerquen, como moscas, buenos samaritanos, curiosos o ligones. A veces son realmente apuestos los que se me pegan y entonces, con ellos, alargo la conversación y el rato mágico de la tarde.
Ya no quedo con mis amigas. Ligo mucho más al borde del embarcadero que en los paseos pueblerinos viendo las mismas caras día tras día. ¡Dónde va a parar!
Hoy ha sido desconcertante pues he visto, de reojo, a un guapo joven que hablaba con unos señores de blanco y señalaba hacia mí. Al rato han venido esos hombres de bata blanca y me han puesto la camisa con correas de la que no puedo zafarme.
Mañana tendré que escaparme otra vez.

IsidroMoreno


* Seleccionado y publicado en antología «II Concurso de Microrrelatos, ACADEMIA PARA ESCRITORES» Enero-2019

domingo, 20 de enero de 2019

EFECTO MARIPOSA


Resultado de imagen de Imágen de mariposa



Desde que acabó el curso, no volvió a tomar el autobús de la línea 13, ni a comprar el pan en la boulangerie junto a la parada del bus. El panadero tenía ensayada su declaración de amor, pero cansado de esperarlo, regaló la pulsera a una clienta con marido celoso que, en una operación de seguimiento a su esposa, sufrió un mortal accidente.
La viuda, melancólica, buscaba un aleteo de mariposas en su estómago cada vez que se asomaba a la boulangerie, hasta que, en la trastienda, lo vio besarse con un joven, justo el día que comenzaba el curso.


IsidroMoreno


*Relato finalista semanal en Concurso Wonderland RNE 4 el 15-julio-2017