Cada tarde, sentada al borde del
embarcadero, con los pies colgando, veo ponerse el sol tras la montaña. Los
reflejos sobre el agua del lago, el color del crepúsculo y la melancolía que me
inunda, hacen que cada tarde, ante tan insinuante pose de suicida atormentada,
se me acerquen, como moscas, buenos samaritanos, curiosos o ligones. A veces
son realmente apuestos los que se me pegan y entonces, con ellos, alargo la
conversación y el rato mágico de la tarde.
Ya no quedo con mis amigas. Ligo
mucho más al borde del embarcadero que en los paseos pueblerinos viendo las
mismas caras día tras día. ¡Dónde va a parar!
Hoy ha sido desconcertante pues he
visto, de reojo, a un guapo joven que hablaba con unos señores de blanco y
señalaba hacia mí. Al rato han venido esos hombres de bata blanca y me han
puesto la camisa con correas de la que no puedo zafarme.
Mañana tendré que escaparme otra
vez.
IsidroMoreno
* Seleccionado y publicado en antología «II Concurso de Microrrelatos, ACADEMIA PARA ESCRITORES» Enero-2019
Siempre hay una salida.
ResponderEliminarSaludos,
J.