Ya
hace mucho tiempo, en un pequeño y lejano país, vivió un rey honrado y amante
incondicional de su pueblo.
Sus
gentes lo respetaban y en su fuero interno lo amaban, pues eran conocedores de
su bondad y lealtad, sin embargo, una parte de aquella gente de ese pequeño
feudo, no deseaban tener rey ni ser súbditos de nadie y en su afán de distinción y modernidad, imitaban
conductas e ideas de países vecinos en los que, a menudo, se promovían
revueltas populares contra sus gobernantes y monarcas.
El
leal rey conocía el sentimiento antimonárquico de su pueblo y para evitar
futuras discordias y su enquistado problema, urdió en solitario un plan de
actuación.
Se
anunció con trompetas, platillos y tambores que, el rey daría una gran fiesta para
todos en su castillo y con banquete incluido.
Llegado
el día del evento, gentes de todos los rincones del reino acudieron al convite
y gran fiesta del monarca en el castillo real.
En
el centro del atrio y sobre un escenario entarimado, se erguía una estructura
que soportaba un gran pendón con emblemas del pequeño reino.
Apareció
el rey en escena y tras pedir silencio, mientras se despojaba de su corona y
del manto de armiño, dirigió un corto pero emotivo discurso a su amado pueblo.
A continuación, entre aplausos, silbidos y gran expectación, se dirigió a la
estructura vertical se arrodilló tras ella, inclinó su cabeza hacia adelante,
tiró del extremo de una soga y una pesada cuchilla de hierro, oculta tras el
pendón, cayó para cortar el cuello y seccionar el cuerpo del monarca.
Colorín
colorado que este cuento no acabó con ese inaudito espectáculo. Se sabe que se
comieron las perdices, que la felicidad la siguieron buscando el resto de sus
días y que luego llegaron nuevos tiempos, otros monarcas, varias guerras, otras
gentes, nuevas modas, revoluciones populares, rodaron cabezas y cuentan que un
tal Monsieur Joseph Guillotin, quizás
en recuerdo de un antiguo y leal rey, propuso la decapitación ennoblecida con aquel
artefacto al que cedería su apellido por los siglos de los siglos, amenizando
las más calenturientas mentes y dejando claro que la sangre es roja para todos,
pues la azul solo existe en otros cuentos de origen chino y que en otra ocasión
les narraré.
IsidroMoreno
(Relato publicado en revista digital: «EL CALLEJÓN DE LAS ONCE ESQUINAS» Zaragoza, junio-2019)
No hay comentarios:
Publicar un comentario