La noche cubría la calle tomada
por hordas de gentes que, con antorchas en mano, corrían gritando consignas
apenas inteligibles, clamando a voces o buscando a familiares. El caos era
inquietante por lo que decidí abandonar la ventana y salir.
Apenas había pisado mi calle,
cuando fui amarrado por unos hombres armados que me empujaban, me golpeaban y
como en andas, me llevaban no sabía dónde.
Las primeras noches de mayo, aún
eran frescas y yo había salido de casa en camisa.Tiritaba de frío y de miedo.
Eran sublevados que corrían
huyendo de las tropas enemigas y éstas me habrían tomado por uno más. Quizás
entre los ocres colores de los parroquianos, mi inmaculada camisa blanca y mis
pantalones color pastel, fueran centro de diana en mitad de la noche.
Me vi formando una fila de
desafortunados seres que entre sollozos, me transmitieron mi cruel destino del
que de forma irremediable, ya sólo me separaban unos metros. Sin embargo, no
quise derrumbarme e intenté desenterrar mis últimos vestigios de dignidad.
A mi izquierda, veía mi pasado:
la fila que hasta aquí me había arrastrado, compuesta por desolados
parroquianos y que se perdía en la oscuridad de la noche primaveral bajo un
murmullo de lamentos.
A mi derecha, mi futuro: los
cuerpos de varios hombres yacían inertes sobre regueros de sangre.
El panorama era desolador. Yo,
con impoluta y nívea blusa, ante un farol que iluminaba la escena, mi cuerpo y
mi alma, grité y levanté enérgicamente mis brazos al cielo, ofreciendo mi rabia
ante el cobarde pelotón de fusilamiento que, apuntando con sus fusiles, a la
vez, cubrían unos rostros anónimos de hombres exhortados mediante órdenes en
francés.
De pronto oí una voz que, en tono
jovial, me llamaba…
—¡Eh tú, madrileño de la
camisa blanca, ven aquí! ¿Pero qué haces ahí muchacho?— me
decía mientras se acercaba a mí.
¡Era Paco! Sí… Francisco de Goya,
que pincel en mano y tras un caballete, me había reconocido. ¡A mí!
En ese mismo momento una
susurrante voz me decía:
—Señor, ya es la hora
de cerrar—. Era una
vigilante del Museo del Prado que asiéndome por el brazo, me acompañó
amablemente hasta la salida.
***
(Obra publicada en «Relatos para ratos» de Isidro Moreno Carrascosa. Editorial Letrame. Agosto 2017)
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