En el árido solar, a las afueras de la ciudad e
indiferentes a las inclemencias, el heterogéneo grupo de personas se afanaban
en variopintas tareas y entrenamientos.
La curiosidad de los vecinos creó la expectación y
descubrieron que se trataba de un circo o, más bien, los restos del naufragio
de una gran familia circense.
El desmembrado grupo o «La familia», como preferían denominarse, sufría desde hacía años, el yugo de
una crisis que al principio consideraron pasajera. Ya no se presentaban con
pomposos y ruidosos desfiles, ni megafonía, ni carteles coloridos. La
grandiosa carpa rayada, coronada con orgullosa bandera, se había transformado
en parcheadas tiendas de campaña de diversas formas y colores.
Además, un estúpido accidente dejó maltrechos a sendos
trapecistas, pues el padre aún arrastra la pierna izquierda y el hijo quedó
tullido y con graves secuelas neuronales.
El león, querido por todos, sólo rugía cuando se le
abría la puerta de su jaula y se le invitaba a salir. Dentro de ella, se le
veía feliz.
Agustín, uno de los dos payasos, quedó mudo tras una
traqueotomía. Clown sufre depresión
aguda que le provoca tristeza y, a veces, un llanto que dibuja un lastimoso
surco de lágrimas, en su cara enharinada.
El domador, al no tener fieras que amaestrar, se hizo
ayudante del mago, con tan mala fortuna que en uno de los trucos de escapismo,
el domador no volvió a aparecer por el campamento. Ni por ningún otro sitio.
La misma suerte tuvo la caja de caudales que también
era custodiada por el mago y que, frecuentemente, la utilizaba como conejillo
de indias en sus trucos de ocultismo. Adujo que se trataba de una mala praxis y que no volvería a
suceder. La familia le perdonó su
falta, pues a fin de cuentas, en la caja de caudales había poco de éstos y más
documentos de pagos pendientes.
El increíble Sansón —cuyo nombre real casi nadie
recordaba—, como número estelar, arrastraba coches con su larga cabellera
rubia. Ahora estaba calvo, pero también hacía de taquillero y chef de cocina,
siendo muy útil y querido por esto último.
El «hombre bala» había engordado y apenas cabía por el
tubo del cañón, pero a menudo se le veía aprendiendo malabares con el bastón de
Rosi la majorette que, en el verano
pasado, se enamoró de un apuesto churrero de feria, con el que se fugó y jamás
se supo de su suerte.
Actualmente la familia
circense mantiene su dignidad y su nómada existencia, sobreviviendo gracias
a las monedas que, al final de las modestas actuaciones, Sansón recauda en su
boina, así como otros donativos de alimentos y ropas usadas que las gentes les
otorgan, más por la simpatía y ternura derrochada que por la calidad de su
espectáculo.
Desde que comenzara la crisis del sector —ya hace más de una década—, la familia, agradecida por tanta
generosidad, a diario promete a su público que volverán a esa población cuando consigan
el esplendor y grandeza de antaño.
IsidroMoreno
(Relato Publicado en revista "El Callejón de las Once Esquinas". Septiembre-2017)
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